Imagina un mundo diseñado solo para unos pocos. Algoritmos que confunden a una persona de piel oscura con una sombra. Asistentes de voz que no entienden acentos fuera del estándar. Medicinas probadas sólo en cuerpos masculinos. Tecnologías que, sin querer o queriendo, excluyen más de lo que incluyen. Ese es el riesgo de un futuro sin diversidad.
Grandes empresas tecnológicas han comenzado a recortar sus objetivos DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión). Google es solo un ejemplo. Algunos lo justifican como pragmatismo ante cambios legales y políticos. Otros lo ven como un retroceso. Pero la verdadera pregunta es: ¿qué estamos perdiendo cuando la diversidad deja de ser prioridad?
Cuando los equipos son homogéneos, las ideas también lo son. La creatividad se reduce a variaciones de lo mismo. Los productos, en lugar de desafiar lo establecido, perpetúan lo que ya existe. Y en un mundo donde la tecnología define quién accede a la información, al crédito, a la salud y a la educación, la falta de diversidad no es solo una omisión: es un sesgo estructural con consecuencias reales.
No se trata solo de lo moralmente correcto. Se trata de lo estratégicamente inteligente. Los datos son claros: las empresas diversas innovan más, toman mejores decisiones y generan mayor retorno. La inclusión no es un favor, es una ventaja competitiva. Sin ella, nos encaminamos a un mundo diseñado solo para unos pocos, dejando a millones fuera de la ecuación.
Liderar no es preguntarnos si es posible hacerlo sin DEI. Es preguntarnos si es lo correcto. Y si tech decide seguir adelante sin diversidad, la pregunta no es solo qué industria estamos construyendo, sino qué futuro estamos destruyendo.
Natalia Jiménez Aristizábal, CEO de Lulo X