Literatura

Así empieza ‘El albatros negro’, lo más reciente del fenómeno literario llamado María Oruna

Las novelas de esta gallega entrelazan historia, misterio y ciencia, y en su desarrollo, que toma de distintos estilos literarios, han fascinado a miles de lectores.

11 de marzo de 2025, 3:08 p. m.
'El albatros negro' - María Oruña
'El albatros negro' - María Oruña | Foto: Belén Fernández / Plaza Janés

La escritora gallega María Oruña (Vigo, 1976), ejerció durante diez años como abogada antes de dedicarse exclusivamente a la literatura. Sus libros han sido traducidos a una decena de idiomas y han superado el millón de lectores.

Sus novelas conforman un sorprendente híbrido entre historia, misterio y ciencia, y en su manera de desarrollarlas, tomando de forma deliberada de distintos estilos literarios, Oruña ha fascinado a miles de lectores. El 2015 publicó el primer libro de la que se convertiría en la famosa saga de Puerto Escondido, que se cierra en la actualidad con seis títulos, en los que los mismos investigadores deben resolver, en cada novela, un misterio distinto e independiente.

La serie ambientada en Cantabria se ha convertido un extraordinario éxito de ventas y se ganó el reconocimiento de la crítica por su calidad narrativa: Puerto escondido (2015), Un lugar a donde ir (2017), Donde fuimos invencibles (2018), Lo que la marea esconde (2021), El camino del fuego (2022) y Los inocentes (2023).

María Oruña (Vigo, 1976), es una escritora gallega que ejerció durante diez años como abogada y que en la actualidad se dedica exclusivamente a la literatura. Sus libros han sido traducidos a una decena de idiomas y han superado el millón de lectores.
María Oruña (Vigo, 1976), es una escritora gallega que ejerció durante diez años como abogada y que en la actualidad se dedica exclusivamente a la literatura. Sus libros han sido traducidos a una decena de idiomas y han superado el millón de lectores. | Foto: Belén Fernández

En 2020, la autora publicó una novela histórica de misterio independiente a la saga, El bosque de los cuatro vientos, ambientada en los bosques de Ourense de su Galicia natal. En la trama, el protagonista buscaba unas reliquias milenarias reales, que aparecieron en parte tras la publicación del libro, lo que generó el interés internacional por la novela y por el insólito trabajo documental realizado por la escritora.

En 2024, para sorpresa de muchos, Oruña publicó su primer libro infantil: El tren fantasma, que recoge algunos cuentos que ideaba para su hijo en las noches.

Ahora, de mano de la editorial Plaza&Janés, la autora publica El Albatros Negro, una novela histórica de misterio con una sinopsis sorprendente y en la que hace un guiño a las novelas de aventuras de Stevenson, Doyle y Julio Verne, que ha generado una inmediata reacción positiva de público, libreros y críticos literarios.

De esta novela fascinante, compartimos el principio. En ella, antes de lanzarse a las letras, la autora comparte un mapa de Vigo en 1702, de las Islas Cíes en la misma época, y luego nos entrega un mapa de Vigo y de la Ría de Vigo en el siglo XXI.

El comienzo

Si nunca ha ido en busca de un tesoro enterrado, nunca, y puede demostrarse, nunca habrá sido niño,

Robert Louis Stevenson, 'Una humilde reconvención'.

El velo de las olas es tan inmenso y alberga espacios tan incógnitos y profundos, que algunos investigadores consideran que en el fondo de los océanos todavía se ocultan las más bellas historias del mundo. Se dice, también, que lo peor que le puede pasar a un marinero es perder la estrella que lo guía, y posiblemente sea cierto. Sin embargo, hay viejos hombres de mar que creen que uno de los más graves problemas a bordo de un barco surge cuando la tripulación intuye la existencia de un tesoro. La codicia es, al fin y al cabo, poderosa: doblones de oro y secretos escondidos bajo toneladas de agua y dentro de armazones de madera tallados hace siglos. ¿Quién podría renunciar a la aventura, a la posibilidad de descubrir antiguas y formidables riquezas?

Muchos hombres y mujeres se han vuelto audaces cuando se ha tratado de encontrar un tesoro. Al menos así había sucedido con Marco y Lucía, que con tal fin habían dedicado gran parte de sus vidas a bucear en archivos de toda Europa y parte de Latinoamérica; tal vez no aspirasen realmente a encontrar una fortuna, pero sí habían ambicionado el conocimiento. La curiosidad había resultado ser un motor incombustible durante más de cincuenta años.

El tiempo los había traspasado devorando lo que habían sido, pero no lo que habían soñado ser. Investigadores, viajeros del tiempo. Lo habían logrado. Ella, historiadora naval, y él, doctor en Estudios Antiguos y especialista en Arqueología Subacuática.

El viejo Marco había sido la viva imagen del espíritu aventurero y la determinación, y Lucía había compensado el desenfreno de la ilusión con método y disciplina.

—Tenemos que ir a las Seychelles —le había dicho él un día, eufórico—. Allí podremos resolver el criptograma. Habrá seña les, marcas por alguna parte.

—Sabes que solo han encontrado esqueletos. —¡Pero con pendientes de oro!

Lucía había sonreído y tomado aire de forma muy profunda, como si necesitase unos segundos para responder con las palabras adecuadas. En aquellos tiempos Marco ya estaba muy enfermo, pero seguía soñando con tesoros. Por aquel entonces, en concreto, con el del filibustero francés Olivier Levasseur, que se había curtido en la guerra de sucesión española y que, justo antes de ser ejecutado en 1730, se había arrancado su collar para mostrar algo escondido en su interior: un criptograma de diecisiete líneas. «¡Que encuentre mi tesoro quien pueda entenderlo!», decían que había exclamado antes de morir en la horca. El famoso acertijo, que parecía dibujar símbolos masónicos, nunca había llegado a ser descifrado al completo, y solo una mujer había logrado, a comienzos del siglo xx, hallar restos humanos y joyas excavando en la playa de Mahé, en las Seychelles.

—Yo creo que el tesoro podría estar en una de las cuevas de Bel Ombre —había insistido Marco, mostrándole un mapa de las islas a Lucía.

—Y yo creo que el Gavilán —había replicado ella, aludiendo al apodo del francés— se gastó todo su oro antes de morir. ¿Olvidas que era un pirata?

Marco, a pesar del peso de los años y la enfermedad —el cáncer, esa implacable bestia—,se había levantado del sillón, había tomado a su mujer por la cintura y la había inclinado mientras la sostenía, como si acabasen de terminar un paso de baile.

—«Miles de años y naufragios más tarde, allí se anuncia un inmenso botín» —comenzó a declamar, mirándola a los ojos—. «Encontraremos oro por todas partes, en ese caos maravilloso y sin fin».

Ella se había reído y había abrazado a Marco para terminar aquel baile imaginario dentro de su pequeña y acogedora casita de piedra junto al mar, en Vigo. El poema que acababa de recitar su marido, de Oscar de Poli, era de mediados del siglo xix y estaba presente en sus vidas desde hacía muchos años. Buscar tesoros, cápsulas del tiempo que reconstruyesen la historia. Aquel había sido su objetivo vital, y habían alcanzado algunos logros relevantes. Sin embargo, los años los habían engullido, y él ya solo era una estela en el agua de la memoria.

Cuando Marco murió, Lucía se recogió sobre sí misma y canceló colaboraciones, conferencias y viajes. A pesar de que vivía en una sencilla casita a pie de la playa de A Calzoa, no se la volvió a ver disfrutando del sol estival ni de la alegría del verano. Solo paseaba por el arenal las mañanas y tardes de otoño solitarias, mientras las gaviotas danzaban sobre las olas y, desconfiadas, se posaban en las rocas más alejadas. Ya anciana, Lucía oteaba el horizonte verde y azul que le ofrecía la ría, y siempre terminaba por posar su mirada en el punto más lejano, donde el mar abierto se abría paso tras las islas Cíes; aquel pequeño pero imponente archipiélago frenaba desde hacía miles de años el ímpetu del agua y convertía la ría en un océano domesticado y tranquilo, en un singular refugio.

'El albatros negro' de María Oruña está disponible en el país.
El ritmo con el que narra María Oruña explica su éxito. 'El albatros negro' ya está disponible en el país. | Foto: Belén Fernández / Plaza Janés

Decían, de hecho, que aquel atípico paraíso había surgido cuando un dios había posado su mano sobre la Tierra, dejando la huella de sus dedos en la costa y creando así las famosas Rías Baixas del sur de Galicia. Había, sin embargo, quien aseguraba que las bellas rías gallegas no eran más que valles fluviales invadidos por el mar, pero los rincones del mundo suelen ser más interesantes cuando la brisa que los acompaña cuenta buenas historias. Y, desde luego, Lucía sabía que le habían quedado muchas y muy buenas historias por descubrir. Ahora que sus recuerdos se desdibujaban y que era consciente de cómo le fallaba la memoria, aceptaba con resignación que se le había agotado el tiempo. Pero algo había cambiado las cosas. Unas semanas atrás había descubierto unos hechos absolutamente reveladores e increíbles. Se trataba de una información tan inesperada y extraordinaria, de un hallazgo tan asombroso, que sabía que serían muchos los que querrían arrebatarle aquel tesoro de las manos. Hacía tiempo que tenía la sensación de que la seguían, pero el neurólogo ya le había prevenido de las complicaciones que podría conllevar el deterioro de su mente, y aquello incluía las paranoias y los trastornos delirantes.

Sin embargo, lo que acababa de sucederle había sido muy real y ahora ya no había nada que hacer. Su gran descubrimiento ¿en qué manos quedaría? Era el final del viaje, y la violencia había envuelto esos últimos minutos. Ahora, el frío lo había congelado todo y la cabaña de A Calzoa, con varias ventanas y una puerta abiertas, se había inundado de un aire blanco y glacial. La planta inferior, que solo disponía de un baño, una cocina y un gran salón con despacho, era una estampa revuelta y desordenada. Papeles, mapas y esculturas tumbados o tirados por el suelo. Aquella foto de Marco y Lucía en Cartagena, con el marco roto; la impresionante maqueta del galeón del siglo xvi, caída sobre la alfombra. Los cajones de la vieja cocina, abiertos. ¿Y Lucía?

Lucía yacía en el suelo, en posición fetal. Su cabello blanco estaba suelto y dibujaba con sus puntas una breve y desvaída línea sobre la madera. Desnuda, delgada y pálida, se encontraba encogida sobre sí misma y notaba cómo el frío la envolvía en círculos. Al principio había sentido miedo, pero aquel aire de hielo que tanto la hería se había transformado de forma muy lenta y dolorosa en un extraño y agradable calor. Como cuando alguien toca la nieve con las manos y se quema, pero de forma menos brusca.

Lucía cerró los ojos y, de pronto, se vio a sí misma bajo el mar. La claridad era absoluta, y ni el fango ni la oscuridad de las profundidades podían privarla del impresionante espectáculo que se le mostraba. Un enorme galeón se alzaba ante ella tumbado sobre un costado y desarbolado pero magnífico. ¿Cuántos siglos llevaría bajo el agua? Bancos de peces y una enorme raya nadaban entre sus restos de manera natural, como si aquel espectro de gruesa y robusta madera formase desde siempre parte del paisaje. Le pareció que alguien estaba a junto a ella, y no le sorprendió ver a Marco, como si nunca se hubiese marchado de su lado. ¿Acaso las personas que amamos, cuando no están, dejan de existir? Lucía tuvo la sensación de que, después de mucho tiempo, por fin, estaba donde debía, y ni siquiera le extrañó el hecho de poder respirar en un mundo sumergido. ¿Sería así la muerte, como adentrarse en un sueño? Ya no sentía su cuerpo y, a la vez, comenzó a sentirlo todo. La mano de Marco sosteniendo la suya propia, seduciéndola con la mirada, como cuando todavía eran jóvenes. No necesitó palabras para comprender y se dejó llevar por su marido hacia el galeón. Desconocía si habría o no algún tesoro en las entrañas de aquel gigante marino, pero fue consciente, de forma muy nítida, de que ambos acababan de adentrarse en el caos maravilloso y sin fin que siempre habían perseguido.

Entre tanto, en un rincón de Galicia amanecía en la costa y la fuerza del sol era incapaz de derretir el frío. Las gaviotas chillaban sus lamentos mientras surcaban el cielo de la playa de A Calzoa y una anciana yacía muerta, encogida, en un salón lleno de recuerdos. A pesar del ruido de las aves, el silencio habitaba el aire como si el propio arenal fuese un sepulcro. El mar, imperturbable, continuaba con su interminable vaivén en la orilla. Subía la marea y las ondas se acercaban a la vieja casita de Marco y Lucía, como si el agua supiese que dentro de la cabaña descansaba un ser que había amado el mundo submarino. Sin embargo, el océano no rescató el cuerpo de la mujer, ni se la llevó para darle sepultura en sus entrañas líquidas y heladas. Lo prosaico tomó forma, y un joven que paseaba a su perro fue el que terminó por asomarse, extrañado, a una de las ventanas abiertas de la pequeña vivienda. Cuando minutos más tarde se escucharon las sirenas de la policía, el océano ya mecía el alma de Lucía y, de forma suave y delicada, comenzaba a bajar la marea.