Opinión
Empatía e inteligencia colectiva: claves detrás del progreso humano
La colaboración efectiva surge de comprender las motivaciones del otro, así como de entender que nuestros actos individuales impactan el bienestar común. Nuestras acciones deben sincronizarse en acuerdos colectivos tácitos para avanzar hacia la eficiencia y el progreso de la sociedad.

En el mundo natural, encontramos innumerables ejemplos de especies que, a través de la colaboración instintiva, logran resultados sorprendentes. Las bandadas de aves que migran en perfecta sincronía, los bancos de peces que se mueven como una sola entidad para protegerse de los depredadores, o las hormigas que construyen complejas estructuras sin un líder aparente. Estas formas de inteligencia colectiva pueden parecer primitivas o menos evolucionadas frente a la sofisticación del ser humano. Sin embargo, en muchos sentidos, representan un nivel de conciencia comunitaria al que la humanidad aún aspira.
En sociedades avanzadas, la capacidad de actuar coordinadamente sin necesidad de una norma explícita es un signo de evolución social y cultural. La humanidad ha pasado del cerebro reptiliano, enfocado en la supervivencia, al sistema límbico, orientado a las emociones, y hoy cuenta con el córtex prefrontal, capaz de albergar pensamientos complejos y no egoístas. Este desarrollo biológico nos ha dotado de la capacidad para pensar en el bienestar común, pero aún enfrentamos el desafío de traducir esta potencialidad en comportamientos cotidianos. Como afirma Jürgen Habermas (1981) en Teoría de la Acción Comunicativa, la racionalidad comunicativa es clave para la construcción de consensos sociales y la cooperación en entornos complejos. Es decir, solo a través de la interacción basada en el entendimiento mutuo se logra una inteligencia colectiva efectiva.
Para desarrollar esa inteligencia colectiva una de las claves y presupuestos de base es la empatía que entendida como la capacidad de percibir, comprender y resonar con las emociones y necesidades de los demás, es un rasgo distintivo del cerebro humano. Las investigaciones en neurociencia han identificado regiones clave, como la corteza prefrontal y las neuronas espejo, que permiten reconocer y reflejar las emociones ajenas (Craighero & Rizzolatti, 2004). Gracias a esta capacidad, podemos ponernos en el lugar del otro, anticipar sus reacciones y actuar en consecuencia.
Sin empatía, la inteligencia colectiva se ve limitada, pues es esta facultad la que nos mueve a considerar el impacto de nuestras acciones en la comunidad y a decidir en favor del bien común. En este sentido, Richard Sennett (2012) en ‘Juntos: Rituales, Placeres y Política de Cooperación’, sostiene que la colaboración efectiva no surge de la simple coexistencia, sino de la capacidad de comprender las motivaciones y emociones del otro.
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Ejemplos simples pero significativos revelan cómo la empatía puede traducirse en acciones concretas que fortalecen la inteligencia colectiva: el desabordaje ordenado y en estricto orden de los aviones, el aplauso en la playa cuando se pierde un niño; las intersecciones de tráfico donde los conductores dan paso de forma voluntaria y de manera alternada, entre muchos otros.
Estos gestos sencillos, entre muchos otros, demuestran que es posible actuar solidariamente, de manera empática, sin que una norma lo imponga o una autoridad lo solicite, sino por una profunda comprensión del otro. En sociedades donde la empatía es un valor central, estas prácticas de colaboración emergen naturalmente sin necesidad de una imposición normativa.
En cuanto a su aplicación en empresas y organizaciones, la verdadera inteligencia colectiva implica que las personas actúen bien por convicción y no por imposición. Requiere reconocer que nuestros actos individuales impactan el bienestar común y que, en muchos casos, la eficiencia y el progreso dependen de esa sincronía tácita y voluntaria. Y aquí la empatía es fundamental, pues sin ella no es posible percibir las necesidades colectivas ni asumir una actitud proactiva hacia la cooperación.
Ya desde la escuela de Relaciones Humanas, Elton Mayo (1933) demostró que el bienestar de los trabajadores y la cohesión social dentro de una empresa impactan directamente en la productividad. Las empresas exitosas no son únicamente aquellas que logran sus objetivos financieros, sino aquellas que promueven una cultura de cooperación genuina, donde cada miembro del equipo entiende su rol dentro del engranaje colectivo. Si bien no se refirió al concepto de inteligencia colectiva, esta se deriva de esa cultura de cooperación que debe mantenerse en las organizaciones. En este sentido, Frederic Laloux (2014), en ‘Reinventing Organizations’, argumenta que las organizaciones más innovadoras son aquellas que han adoptado modelos de liderazgo basados en la confianza, la autonomía y la colaboración, en lugar de la jerarquía y el control estricto.
La inteligencia colectiva se potencia cuando las organizaciones generan ambientes empáticos, donde las decisiones se toman considerando no solo la eficiencia, sino el impacto humano y social. Se trata de avanzar hacia modelos de liderazgo donde se privilegie el propósito común y donde los equipos se movilizan no solo por cumplir tareas, sino por sentirse parte de una causa mayor. De este modo solo cuando las personas se sienten comprendidas y valoradas pueden contribuir libremente a la construcción colectiva.
Esta inteligencia colectiva adquiere mayor relevancia en tiempos de cambios vertiginosos y desafíos globales: la capacidad de actuar como una unidad inteligente y empática es más crucial que nunca. La resiliencia empresarial, la capacidad de adaptación y la innovación dependen en gran medida de qué tan conectadas y alineadas están las personas dentro de una organización y en la sociedad en general.
Es momento de evolucionar hacia una inteligencia colectiva más consciente, empática y deliberada, una que trascienda lo instintivo y se arraigue en la comprensión profunda del valor del otro y del bien común. No se trata de perder nuestra individualidad, sino de entender que nuestra mejor versión como sociedad y como empresas se alcanza cuando cada uno aporta desde su lugar con generosidad, responsabilidad y capacidad de comprender a los demás. La gran transformación, el mercado y la sociedad deben encontrar un equilibrio entre la competencia y la cooperación, pues el progreso sostenible solo se logra cuando el bienestar colectivo es una prioridad, en este sentido lo plantea Karl Polanyi (1944).
En el contexto nacional, aún existe un gran campo importante de acción en el cual se necesita desarrollar inteligencia colectiva que es aquella que nace de la libertad, la empatía y la voluntad de actuar bien, incluso cuando nadie nos está mirando. Porque en esa elección está la esencia del progreso y de la humanidad que queremos construir.
Ana Rocío Sabogal H., CEO Grupo Altum