Enrique Gómez Martínez Columna Semana

Opinión

Devoradores de mundos en el Banco de la República

Hoy llegan dos socialistas puros y duros a la junta directiva del Banco de la República. Sus credenciales académicas no impresionan. Sus lealtades con la agenda socialista, sí.

Enrique Gómez
20 de enero de 2025

Se cambian repetidamente el nombre para engañar a los votantes. Originalmente se denominaban comunistas, pasaron a ser los socialistas, después se autodenominaron los socialdemócratas, se apropiaron de la denominación de liberales, en donde muchos aún viven camuflados, se rebrandearon como los progresistas y ahora son los woke.

Se camuflan para llegar al poder, llegan a conquistarlo con demagogia y la promesa de utopías delirantes, imponen sus políticas y programas, fracasan abrumadoramente trayendo inflación, pobreza, enormes burocracias, malgasto público e inseguridad. Causan, sobre todo en Latinoamérica, emigraciones masivas, destrucción institucional, corrupción descarada y pérdida de oportunidades.

Y causado el desastre, se cambian de nombre y de partido y alegan que el problema es que no han gobernado lo suficiente o que no los dejaron.

Hábiles en la transmisión de mensajes y creación de narrativas, implacables y ruidosos opositores, doblegan a las demás vertientes políticas cuando llegan al poder. Chantajeando y presionando logran que gobernantes, políticos, empresarios, educadores y opinadores se plieguen a sus premisas para no ser matoneados, para ganar popularidad o evitar la cancelación. Reinan en el universo incauto de las universidades, donde su mediocridad e incapacidad de manejar la realidad pasa desapercibida y donde, abusando de su posición de autoridad, imponen su ideología socialista y educan para el odio y la utopía.

Es extensa la historia de fracasos económicos del socialismo cuando ha ostentado el poder, tanto en países desarrollados como subdesarrollados, generando siempre pobreza cuando no graves violaciones de los derechos humanos y dictaduras. Es casi redundante recordarlos. En la actualidad hay suficientes ejemplos de sus desastres. Entre los países superricos debe destacarse cómo han destruido, entre otros, a Canadá, España, Alemania o Argentina. Las políticas socialistas sin duda han contribuido de manera esencial a la decadencia calamitosa de una Unión Europea endeudada hasta el tuétano, incapaz de competir en el escenario global, lastrada de desempleo, incapaz de manejar una migración que ya no acude a ella producir, sino a percibir asistencia social.

En nuestro hemisferio el socialismo sí que ha sido omnipresente y dañino. Esta tierra fértil para el populismo y entregada estúpidamente a las utopías, cae o se mantiene en el socialismo con facilidad. Las consecuencias han sido devastadoras, las oportunidades perdidas inconmensurables. Somos la vergüenza de la humanidad. Lo hemos tenido todo y no fuimos capaces de lograr casi nada. Mientras en el norte de nuestro hemisferio, colonias posteriores a las que dieron origen a nuestras naciones avanzan en la conquista de planetas, ostentan los mayores niveles de calidad de vida, lideran al mundo en todo sentido y son el faro de esperanza de millones de migrantes, nosotros exportamos desilusión, violencia, materias primas sin valor agregado, narcóticos e ilusiones, sin poder asegurarles a nuestros habitantes un espacio propicio para generar riqueza con seguridad y tranquilidad. En lugar de avanzar en habilidades, nos sumimos en el analfabetismo.

Aquí, como en otros lugares, el socialismo, en sociedades plagadas de subsidios, ahogadas en impuestos, empeñadas en hacer imposible el emprendimiento, comprometidas con el crecimiento desaforado del Estado, indiferentes a la corrupción que propician, los socialistas han siempre promovido la irresponsabilidad fiscal y monetaria, ahora ligada al suicidio energético por cuenta del ambientalismo nihilista-radical.

Petro, desde el inicio de su mandato, ha venido reclamando al Banco de la República que retorne a sus antecedentes de socialismo, que entonces se disfrazaba de liberal, y que emitía a órdenes del presidente liberal de turno que sumieron al país en la inflación crónica que les robó a los más humildes y la clase media la posibilidad de construir un país desarrollado del que fuéramos orgullosos y del que millones no quisieran partir. Durante más de 30 años vivimos sometidos a una inflación recurrente y demoledora.

Solo la toma de conciencia, en medio de la revolución neoliberal de los ochenta y los noventa permitió consagrar la independencia de la autoridad monetaria como fórmula infalible para derrotar la inflación. El éxito de este cambio constitucional es incuestionable. Progresivamente, salimos de la hiperinflación crónica. Se podría decir que en los últimos cuarenta años es lo único que le ha salido bien al país en economía y explica en gran medida la baja de los índices de pobreza absoluta.

Hoy llegan dos socialistas puros y duros a la junta directiva del Banco de la República. Sus credenciales académicas no impresionan. Sus lealtades con la agenda socialista sí. Vienen a habilitar en los próximos meses un cambio radical en el manejo monetario. Junto con el ministro de Hacienda intentarán lograr una caída abrupta de las tasas de referencia que fija el Banco de la República. Buscarán, ojalá inútilmente, hacer realidad el sueño de Petro de prender la imprenta para que el Banco le preste al gobierno para ganar adeptos en la carrera hacia las elecciones de 2026.

El ya excesivo endeudamiento público alcanzado y los presupuestos desfinanciados que definen a este gobierno, sumados al gasto improductivo y burocrático, configuran la chamiza necesaria para que, con los excesos monetarios que Petro reclama, se prenda un nuevo incendio inflacionario. A los nuevos miembros de la junta, ese incendio inflacionario no los preocupa, como tampoco a Petro, pero sí les permite poner presidente en 2026. Si les importara, no serían socialistas.

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