
Opinión
Los barrimos en 2023
Los colombianos, en mayoría abrumadora, barrimos al petrismo en 2023. Lo haremos de nuevo en 2026, ojalá eligiendo un nuevo liderazgo eficaz.
Nunca es sano subestimar el poder del petrosantismo. La combinación siniestra de la propaganda y demagogia habilidosa de la izquierda, hoy ampliamente financiada con nuestros impuestos, con la rapacidad infinita e inconsciente de la clase política tradicional, produjo el apretado triunfo de Petro en 2022 sobre el esperpento de Hernández.
La verdad es que la lógica del voto útil, como en la ruleta o los dados, puede caer en cualquier parte: ¡pudo incluso escoger a Rodolfo! Y eso, claro, no fue bueno. Para muchos Rodolfo era tan malo que llegaron a creer que Petro era menos malo. ¡A pesar de haberlo sufrido como alcalde!
Pero lo aleatorio del voto útil, principal criterio de selección del olvidadizo y superficial pueblo colombiano, no quita el hecho de que la gran mayoría de votantes reaccionaron rápido y duro al desastre del gobierno petrista en 2023.
En las capitales, donde se concentra el pareto electoral colombiano y de especial relevancia en la elección presidencial, en 2023 los candidatos postulados por el Pacto Histórico sufrieron severas derrotas. En las gobernaciones, muy propensas también al efecto electoral de las capitales, el Pacto Histórico fue barrido con una sola excepción.
Lo increíble es que la máquina mediática petrista y el pesimismo atávico y conspiranoico de la oposición hayan hecho olvidar la magnitud del rechazo electoral a una izquierda apañada con la clase política más rancia de Alianza Verde, el Liberal, el Conservador y La U.
Petro tendrá que hacer las elecciones. No existe ninguna opción constitucional para evitarlas. Por más que permita, con la ayuda denodada de su nuevo ministro de Defensa, la degradación sistemática del orden público, no logrará que los peones que tiene y que pondrá en la Corte Constitucional le aprueben esa ruptura del orden constitucional. Por más que la clase política y los grupos económicos hayan ordeñado a Petro, la ruptura constitucional les saldría demasiado costosa en términos de imagen y de valoración de sus activos. Lo que Petro les tendría que ofrecer sería tan valioso que dejaría al aspirante a tirano tan amarrado que no sería la reencarnación de Chávez que añora.
Petro, en nuestra historia, se debate entre dos perfiles. Su rol actual, de réplica de Rojas Pinilla, dictadorzuelo errático y corrupto impuesto por los centros de poder, frente a los cuales se rebela con poco éxito y que hoy le nombran gabinete para el control de daños y para acabar de ordeñarlo antes de la debacle electoral por venir.
En este perfil, que nutre —no lo olvidemos— el mito fundacional del M-19, Benedetti, los ministros y operadores santistas y las bancadas hambrientas del Verde, Liberal, Conservador y La U seguirán aprovechando la debilidad creciente, la incompetencia y la necesidad de atornillar principios socialistas radicales en la reforma laboral y de salud que, al fin de cuentas, consagran el populismo laboral de toda la vida y le devuelven a la clase política el manejo exclusivo de los inmensos recursos de la salud.
Los mismos poderes que eligieron a Petro, con la gestión efectiva de Benedettis y Royes, pretenden sacar al esperpento aprovechándolo hasta el último minuto, reforzar su poder sobre el Estado y, con ello, aumentar su poder de arbitraje en las próximas presidenciales, tanto en primera como segunda vuelta. La clase política tradicional y los grupos económicos sueñan con imponer nuevamente un presidente que controlen como a Petro y a su camarilla, pero que no sea tan chambón.
El otro perfil de Petro es el de títere, no solo de sus “generales” nunca desmovilizados del M-19 —esa siniestra gavilla que puja siempre por el poder sobre el presidente, conformada por Carlos Ramón González (Dapre, DNI), Otty Patiño (comisionado de Paz y jefe de las negociaciones con el ELN), Augusto González (UNP), Manuel Casanova (DNI), Carlos Fernando García (Migración), Luis Eduardo Llinás (Uiaf, Dian) o César Manrique (Función Pública) entre otros, que han desarrollado la agenda de toma del poder desde centros de información crítica del Estado y a los cuales se les imputan supuestos favorecimientos a miembros de la guerrilla y las mafias—, sino también títere de los diferentes sectores de la guerrilla y sus favorecedores “civiles”. Petro como escalón, una mera etapa, en la conquista definitiva del poder.
Aquí se enmarcan y explican no solo iniciativas para congelar el desarrollo del país desde los ministerios del Ambiente y Agricultura con las Zonas de Reserva Campesina, las Áreas Protección para la Producción Alimentaria o las zonas de reforma agraria, sino la destrucción de la agenda energética y de las instituciones y empresas del sector o la cooptación de la Corte Constitucional con perfiles radicales y leales que impidan a futuros gobiernos la marcha atrás en estas fatales políticas que refuerzan la penetración guerrillera y ponen de rodillas el futuro económico del país como premisa indispensable para el derrumbe del “orden burgués” y la entronización de la dictadura marxista.
Cualquiera que sea la realidad del engañoso Petro, o ya sea que resulte una mezcla oportunística de los dos perfiles señalados, el triunfo electoral masivo en primera vuelta de una alternativa antipetrista clara con una agenda de seguridad contundente, una propuesta viable para el salvamento de la salud, un compromiso firme anticorrupción y un liderazgo ejecutivo para un país en crisis, serán el antídoto para quitarle, por una parte, a la clase política la capacidad de “poner” presidente y, por otra, enterrar la expectativa de una oposición feroz de la izquierda petrista y revolucionaria al nuevo gobierno. Los colombianos, en mayoría abrumadora, barrimos al petrismo en 2023. Lo haremos de nuevo en 2026, ojalá eligiendo un nuevo liderazgo eficaz que no nos devuelva al pasado que trajo a Petro al poder en primer lugar.