Sofy Casas

Opinión

Soy mujer

Mujeres que hemos enfrentado dolores profundos, heridas de abandono, fracasos y procesos no sanados desde la niñez.

Sofy Casas
17 de marzo de 2025

El pasado fin de semana (14 y 15 de marzo), tuve el privilegio de asistir a la Conferencia Soy Mujer, organizada por la Iglesia Ekklesia Miami, un evento que dejó huella en mi vida y en la de muchas otras mujeres que tuvieron el honor de participar. Más allá de ser una conferencia, fue un espacio de conexión, de sanación y de profunda reflexión sobre el papel que jugamos como mujeres en la sociedad, en la familia y, sobre todo, en nuestra relación con Dios.

Lo que hizo tan especial este encuentro fue la posibilidad de ver a Dios a través de los ojos de tantas mujeres que, al igual que yo, llevan en el alma cicatrices de adversidades pasadas. Mujeres que hemos enfrentado dolores profundos, heridas de abandono, fracasos y procesos no sanados desde la niñez. Pero, al mismo tiempo, fuimos testigos del poder de un Dios que nos guía y nos acompaña en cada paso, sin importar cuán oscuro se vea el camino.

A lo largo de la conferencia, pude ver cómo Dios se mueve en las vidas de las mujeres de maneras que a veces no logramos entender, pero siempre se manifiesta de formas poderosas. Nos enseñaron que, aunque no siempre lo veamos, Dios está presente en todos los momentos, incluso en aquellos en los que nos sentimos solas, cansadas o derrotadas. Nos recordaron que Él no nos abandona; al contrario, nos sostiene con su amor y nos guía para seguir adelante, a pesar de todas las dificultades.

La experiencia fue un recordatorio claro de que nuestras luchas no definen nuestra identidad. Como madres, hijas, esposas y profesionales, todas enfrentamos retos, pero también tenemos un propósito divino que trasciende los fracasos y las heridas del pasado. La conferencia me enseñó que nuestras cicatrices no son señales de debilidad, sino testimonios de resiliencia y de un amor inquebrantable que nos llama a seguir adelante.

Muchas de nosotras cargamos con historias de abandono, momentos difíciles que nos marcaron en la infancia o fracasos personales que nos dejaron la sensación de que nunca podríamos sanar. Sin embargo, a través de esta conferencia, descubrí que esos procesos no sanados no nos definen ni nos limitan. Dios, en su infinita gracia, está en cada uno de esos procesos, restaurando lo que fue dañado, sanando lo que está herido y, sobre todo, fortaleciéndonos para que podamos levantarnos y avanzar hacia lo que Él tiene preparado para nosotros.

Este evento fue una prueba palpable de que la sanidad es posible. A veces, el dolor es tan grande que parece que nunca se irá, pero en medio de esa oscuridad, Dios tiene una luz que nos guía hacia la paz y la restauración. En cada palabra compartida, en cada testimonio, en cada oración, se vivió la realidad de que nuestras vidas no son una serie de fracasos, sino un testimonio de la gracia y el amor de un Dios que nunca nos deja.

Sobre el testimonio de la pastora Jessica Dugand:

La pastora Jessica Dugand compartió un testimonio poderoso en la conferencia, en el que escogió el color rojo como un símbolo para representar sus propias experiencias y las de muchas mujeres. Nos enseñó que este hermoso color significa el amor en su máxima potencia, así como fuerza, vigor, poder, autoridad, felicidad y alegría. Sin embargo, también nos recordó que, aunque el rojo es un color positivo, tiene su lado negativo, ya que también representa peligro, violencia, enfado y agresión.

A través de su charla, la pastora nos mostró cifras alarmantes sobre el creciente problema de la violencia contra la mujer, el aumento de los feminicidios y, sobre todo, la trata de blancas y la explotación sexual, que hoy afectan a más de 50 millones de mujeres en el mundo, incluyendo a menores de edad.

Con cada palabra, la pastora Dugand nos recordó nuestro propósito divino y el porqué fuimos creadas. Nos invitó a reflexionar sobre nuestra identidad y a tomar conciencia de las realidades que enfrentan muchas mujeres, mientras nos animaba a seguir adelante con fuerza y determinación. Su mensaje fue un llamado a la acción y a la esperanza, reafirmando que, a pesar de las adversidades, tenemos un propósito que va más allá del sufrimiento.

Testimonio de la pastora Catalina Garrido:

La pastora Catalina Garrido utilizó el color naranja como representación de la mujer fuerte y valiente. Su experiencia de resiliencia, a pesar del dolor por haber perdido al hombre de su vida, quien la guio y el que prácticamente le manejaba todo (su papá), nos mostró su fortaleza y aceptación ante los designios y procesos de Dios.

Jamás se me olvidará que eras su consentida porque así te lo demostró hasta el último día de su vida.

Testimonio de la pastora Marcella Orrego:

La pastora Marcella Orrego usó el color amarillo como símbolo de que las mujeres nacimos y fuimos escogidas para brillar, y para ser las reinas de Dios en esta tierra. Su testimonio nos mostró que, a pesar de que tengamos planes trazados y organizados para nuestra vida, Dios tiene otro propósito para nosotras.

Ella compartió cómo dejó su amado país, Colombia, para seguir a su amor en Estados Unidos, pero Dios le reveló que ese no era el amor que Él tenía destinado para ella. El verdadero amor era otro, un hombre con Dios en su corazón. Nos recordó que lo material no lo es todo en la vida, son solo cosas superficiales que nos brindan algo de tranquilidad, pero no la verdadera felicidad.

Testimonio de Cruz Osorio:

Cruz Osorio usó el color azul para mostrarnos cómo volver a nuestro lugar de origen para entender nuestro valor. Siendo ella tan joven y talentosa, con una voz angelical que llega a muchos corazones, me impactó su entrega impetuosa a Dios. Con un simple video de su vida, nos regresó a nuestra niñez y al lugar donde nacimos y crecimos, demostrándonos que nuestro valor comienza allí.

Jamás olvidaré el versículo que nos entregó: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”, Marcos 8:36.

Testimonio de la pastora Odaniesca Villasmil:

La pastora Odaniesca Villasmil usó el color morado para hablarnos de su historia de vida y cómo el amor de Dios, a través de las personas, le ayudó a fortalecerse en medio de la batalla contra el cáncer. El testimonio de Odaniesca fue el que más me marcó y lo sentí como propio. A pesar de no atravesar por esa dolorosa enfermedad, al exponer su vivencia desde la perspectiva de que ella es periodista, como yo, tocó fibras poderosas en mí como nadie lo había hecho. ¿Un llamado de Dios?

Cuando estamos en este mundo del periodismo, siendo reconocidas como grandes escritoras y columnistas de opinión, y contamos con fama, salimos en los medios de comunicación más grandes de nuestros países —como la prensa escrita, radio y televisión—, y tenemos la oportunidad, a través de nuestros escritos, de llegar a millones de personas que nos leen y nos siguen, nos damos cuenta de la responsabilidad que tenemos de investigar e informar a esas personas sobre lo que realmente sucede, de contar la verdad.

Fue entonces cuando me di cuenta de que, cuando nos toca caminar por ese desierto por el que ella caminó, de nada nos sirve la fama, el reconocimiento y esos “títulos” que la sociedad nos impone. Porque el único que nos acompaña en ese desierto oscuro, donde no hay maneras de sobrevivir, y el único que nos ayuda a salir a flote ante las adversidades y pruebas de fe, es Dios. La fama es efímera, pero Dios no lo es.

Gracias, Odaniesca, porque a través de ti, Dios me habló y me mostró mi propósito.

Gracias a mi hija Stefany por darme este gran regalo de asistir a la Conferencia Soy Mujer, la cual no solo fue un encuentro de mujeres compartiendo su fe, sino una experiencia profunda de sanación, conexión y esperanza. Dios está en todos lados, incluso cuando no lo vemos. Él nos acompaña, nos fortalece y nos recuerda que siempre podemos seguir adelante, sin importar cuán grandes sean las adversidades. Y, en ese camino, no estamos solas.

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